Si tendí al sol años de rebeldía en la cuerda de un misterio, es cosa mía. Tú, que nunca huiste ni de ti, hoy no dudes de mi criterio por creer en el amor. En estos días logré comprender la diferencia entre cantidad y melancolía, entre prisas y venidas, pero sobretodo, entre la noche y el día, al mantenernos suave. Al diferenciarnos lento. Al mostrarte sin tonterías las cosquillas que provoca tu boca sobre la mía.
El mal tiempo de invierno viaja siempre en primera clase y el cielo viene cada madrugada a respaldar la decisión de no creer en nada, que no sea en ti. No sin antes pedir perdón por lo que el mar, tarde o temprano, traerá y nos dejará a los pies del balcón: remolinos habituados al infinito; maremotos resentidos contra la humanidad.
No sé si lo ves pero esta carta ya va tiñéndose de un suave adiós, aunque no logro adecuar el último acento ni el final merecedor. Vete antes de que pueda lograrlo. Aléjate de los mares embravecidos con olor a hogar. Compra dos pares de salvavidas en la tienda de pesca de la ciudad. Uno para ti y otro, para quien se quiera salvar. Yo lo podré soportar eso de nadar a la deriva y en alta mar, pero tú… Hay peces ya cansados de ver el fondo del mar y quisieran cambiar branquias por oportunidad, sin tan siquiera pensar en como resolver el compromiso de no respirar. Los admiras. Lo sé. En sueños te oí murmurar muchas noches, queriendo ser pez y ansiar dos bonitas aletas para perder el miedo a la libertad. Y nadar. Y bucear.
Vete. Vete ya, porque yo siempre fui de arriba, tú de abajo. Yo siempre quise alas, tú, ser sireno sin identidad. Y tirándote de espaldas al agua exclamas: «¡Bájate! ¡Vente al mar!». Sin prejuicios. Sin caprichos. Sin ver la próxima ola que vendrá. Pringando de sal el futuro, de caracolas las pisadas de tu alrededor, de marineros reenganchados a ese vicio que tienes por devoción. El mar como antídoto viral, como anestesia a los finales felices, como anticonceptivo de lo que quieres evitar. «¡Vente al mar!» vuelves a gritar. Niego para ti. Sonrío para mi. Y salto a una honda y frágil realidad que nunca surcarás:
mi libertad.
«El mar como antídoto viral, como anestesia a los finales felices, como anticonceptivo de lo que quieres evitar.»
Esa oración me ha enamorado. Me recuerda a una procedente de una canción de La pegatina (no recuerdo exactamente qué canción era), pero decía algo así como «una maleta enloquece y vence a lo que vendrá; una receta que aborda los remedios a no saltar».
Me ha encantado la entrada, Hope. ♥
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Mmmm no la conozco! Pero me haré con ella porque el tentempié que me regalas ME GUSTA 😛
Muchísimas gracias por tus piropos! Y tú, no dejes nunca de intentarlo!!!!!!
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