Apetito de días felices

El hambre, hasta el día de la discordia, nunca había llamado a mi puerta. Y si llamó, seguramente, yo me hice la sorda. Lo confundí con el crujir del estómago vacío; vacío de lo que ya no es, de lo que ya se fue, de lo que no volveré a ver. Una ilusión de poder que jugó conmigo; yo, siendo su títere, creyéndome muñeca cuando ni si quiera de trapos estaba hecha.

El apetito de días felices que hoy siento es ese punto de inflexión donde la locura y el tiempo se tocan. Se coquetean. Se rozan. Se ningunean. Se invitan a bailar y ninguno de los dos acepta. ¿Para qué tenderse una mano si ya no hay prisas? ¿Para qué preocuparse de un remedio a estas alturas?

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Si me pusiera a abrir la nevera, decidida a comerme cualquier cosa que me sacie este rugir, devoraría a los que ya me comí. A los que ya amé. A los que ya aborrecí. Volvería por allí, como quien sí quiere la cosa, a mendigar una noche más. Un suspiro más. Una guerra apunto de estallar. Volvería, arrasaría, magullaría con determinación y regresaría.

Y lo haría, ciertamente, ya sin el estómago vacío de nadas. De todos estaría saciaba. De pocos me traería conmigo su amor. De locos sería no sonreír ante esa intrusión. ¿Porqué? Porque mi punto y final no es darle la vuelta al reloj y quedarme toda su arena; el mío, es entregársela a quienes se la merezcan más allá de mí. Porque yo, de joven, me la merecí. Siempre, desnuda debajo de la tormenta. Siempre, acentuando las llanas con la terminación que me daba la gana. Siempre, encarándome a las fronteras. De moza, ni un hambre tuve y eso, deja huella.

Pero antes, de muy moza me decían, cuando todavía pensaba que la vida era una brújula que funcionaba a pilas, que las cosas a medias no eran cosas ni mitades. «¿Qué son pues?» mi inocencia preguntando liviana. «Las cosas a medias son embrollos que nos deja la gente que nos quiere regular». Pensaba en mi poca capacidad para comprender porque, yo, siempre yo era quien me tenía todo a medias: los amores, la despensa, los préstamos, incluso, el colchón. ¿Y no me quería yo de buena manera?

Todo por la mitad continuó hasta que el crecimiento me atrapó y cambié las fracciones por los completos y ahí ya, sí. La edad se me hizo mayor con quilos de más a mi alrededor y de eso he estado alimentándome durante todos estos años. Y de eso seguiré hasta que ya no note ni el apetito, ni el tiempo, ni la vejez.

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FOTOGRAFÍAS: PINTEREST.COM / TEXTO: INFINITY HOPE©
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