Háblame,
como quien comprende la vida,
como quien sabe callar después de una despedida,
como quien se resguarda de la lluvia bajo un corazón de cartón.
Súbete,
a lo alto de nuestras manías y sírvete una copa de melancolía,
a la cima de los sueños que perdiste de niña,
al horizonte por el que te ibas a batallar y volvías felizmente abatida.
Quítate,
de un manotazo,
todo aquello que hoy lastima.
Consíguete,
un jardín donde no haya ni noche ni día,
donde un arcoíris gobierne el cielo, las aceras de tu portal
y las muchas sonrisas que te olvidas al verme pasar.
Plántate,
donde te convenga,
flores salvajes, pájaros en la cabeza y hasta un remedio para tanta tontería.
Y si ves un diente de león,
cuéntale que no se deje desnudar nunca más;
que el amor mundano no es pedirle deseos a nada,
es quedarse a un lado viendo como la brisa se convierte en huracán.