Besos de azufre y miel

El vello ya no se erizaba como antaño. Parecía que los besos ya dormían. Y las caricias. Y los sueños en común. Y las horas compartidas. Toc-toc. Alguien venía a azufrar lo nuestro. Entró por la puerta grande, con un pesado equipaje de mano. Acompañado de caricias que no decían nada. De silencios que lo decían todo. Cara a cara. Mano a mano. Con su llegada, el aire, poco a poco, dejaba de ser aire, y el tiempo, de ser tiempo. Una monotonía ausente se aposentaba entre los dos, cada vez más alejados, deshaciendo sus maletas en cualquier parte, sobre cualquier superficie, derribando los cimientos de una antigua civilización llena de glorias.

Dejándote sola junto a mis manos, ya fatigadas de tanto aparentar. Abandonándonos tras un aire ilegal, con los pulmones agrietados a cada suspiro, una grieta más, y más, y más. Y oxigeno obstruido a lo largo de la faringe, y luchas de hambre ya saciadas por nadie. Ni por nada. Quizás ahí teníamos la solución. O quizás, el problema, al sentir como un par de sentidos se sumergían entre besos de azufre, eléctricamente insípidos. Viéndose a la intemperie de un día sin sol.

A la torpeza de un amor con desamor.

Lo que el corazón imploraba en ese instante sonaba cuerdamente descabellado, y no era más que poder volar, tropezar, saltar, sonreír, desaparecer, desafiar, volver a tropezar, y de nuevo saltar, suspirar, estorbar, ser o estar, amar, mendigar, no saber parar. No querer parar. No tener intención ninguna de frenar. Toparnos, mi alma y yo, sin nadie más, con delicados aromas llenos de azahar, destellos impregnados de espontaneidad a lo largo y a lo ancho de ciudades con mar, viniendo desde el lejano horizonte para enseñarnos que todo equipaje suele estar demás. De vez en cuando, practicar el desuso de lo añejo y bendecir el espíritu de lo bello. Y tal vez también, encontrar de cara al azar, qué a ver donde me llevará con tal de escapar, hasta una cintura recubierta de un suave amanecer, hasta dos mesas colmadas de hiel, a tres calles de alguna brisa marina, tan desconocida que te hacía querer.

Y quería querer, pero solo un poco más. Querer maravillas. Querer vida. Querer soledad. Querer compañía. Querer saborear de nuevo los besos del ayer, o por pedir, pedía la versión mejorada, sin notas de azufre, sin escamas que poder extraer, sin tiempo que perder, ni rincones de los que desaparecer.

Sólo besos de dulce miel.

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FOTOGRAFÍAS: PINTEREST.COM / TEXTO: INFINITY HOPE©